La buena noticia es que Dios repara lo que está roto. Toma a los olvidados, los subestimados, los marginados, los descartados, los dañados y destruidos, y entonces hace lo que tan solo Él puede hacer.
A Dios le encanta tomar lo roto y transformarlo en algo hermoso.
Es tan bella la imagen del Señor en el libro de Jeremías, sentado como el alfarero ante el torno, mirando una vasija defectuosa y negándose a descartarla. El alfarero hizo otra vasija “según le pareció mejor”, con la misma arcilla, las mismas grietas, pero hecha nueva. No existe el basural. El arte está en las infinitas posibilidades de la misma porción de arcilla.
Esta es mi oración: “Dios, toma mis partes rotas y vuelve a moldearlas según te parezca mejor”.
Cuando estamos en el final, acabados, fundidos, en bancarrota, quebrantados, y le damos a Dios los pedazos rotos, Él puede repararnos para que estemos completos, enteros.
Solo después de ser hechos nuevos y enteros estamos preparados para poder cumplir nuestro propósito, para que Dios nos use. Ese es el modo de Jesús, que nos da vuelta desde adentro hacia afuera, y luego obra a través de nosotros.
La cuestión está en si estaremos dispuestos o no a que se vean las grietas. Para algunos, sería impensable. Solo queremos pulir, ocultar, disimular cualquier error, defecto o cicatriz.
Comments