Muchas veces, vemos como los delincuentes aprovechan la oscuridad de la noche para cometer toda clase de actos delictivos; Ella es su aliada para no ser descubiertos y moverse en un plano de total impunidad. Pero algo muy distinto sucede con la luz del día ya que sus actos están más limitados, porque todo puede verse claramente. La luz nos ayuda a ver con claridad: cuando uno está en un lugar que no conoce y en medio de la obscuridad, se siente desorientado y sin rumbo, pero basta con encender una luz, para ver con claridad dónde estamos y hacia donde debemos ir.
Nosotros como seres humanos necesitamos una luz para poder caminar con seguridad sin tener que sufrir tropiezos. En cambio Dios no necesita nada porque Él es luz y sabe todo lo que hacemos, pensamos o sentimos, Él lo conoce, lo ve, lo percibe.
Podemos acercarnos a Él por dos motivos:
1) Para realmente conocer nuestro pecado, como realmente somos, no con nuestra percepción sino con la de Él. Mirarnos en un espejo en la obscuridad no nos serviría de nada, en cambio ante su luz quedan evidenciadas nuestras imperfecciones.
2) Para recibir dirección en el camino de la vida, o tomar una decisión, quizás para dar un paso más en medio de nuestras inseguridades. Solo al acercarnos a la luz de Dios podemos realmente conocer nuestro pecado.
Si queremos ser como El Señor Jesús, debemos estar dispuestos a eliminar y cambiar nuestras actitudes . “Todos los que hacen el mal odian la luz y se niegan a acercarse a ella porque temen que sus pecados queden al descubierto, pero los que hacen lo correcto se acercan a la luz, para que otros puedan ver que están haciendo lo que Dios quiere.” Juan 3:20-21.
Hoy es una buena oportunidad, para renunciar a todo lo oculto, a lo que guardamos en nuestra propia oscuridad. Ese pecado que nadie conoce, aquella debilidad que no nos deja crecer, ahora es el tiempo de acercarnos a luz y no encubrir mas estas situaciones que nos alejan de Dios.
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