«Esperar que un pez muerda el anzuelo o esperar que el viento haga volar una cometa. O esperar que llegue el viernes por la noche... Lo que todos hacemos es, simplemente, esperar», dice el Dr. Seuss, autor de muchos libros para niños. Gran parte de la vida consiste en esperar, pero Dios nunca está apurado… o al menos, así parece. «Dios tiene su hora y su demora», dice un antiguo pero confiable dicho. Por lo tanto, esperemos. Esperar es difícil. Jugamos con los pulgares, movemos los pies, apretamos los dientes, suspiramos profundamente, y la frustración nos pone ansiosos. ¿Por qué debo vivir con esta persona difícil, este trabajo tedioso, este comportamiento embarazoso, este problema de salud que no se va nunca? ¿Por qué Dios no interviene? La respuesta de Dios es: «Espera un poco, y verás lo que hago». Esperar es uno de los mejores maestros de la vida, porque nos enseña la virtud de esperar mientras Dios obra en nosotros y a nuestro favor. De este modo, desarrollamos constancia: la habilidad de confiar en el amor y la bondad del Señor, aunque las cosas no salgan como nosotros queremos (Salmo 70:5). Pero esperar no significa resignarse. Podemos alegrarnos y gozarnos en Él mientras esperamos (Sal. 37:4). Sabemos que Dios nos librará, en este mundo o en el venidero.
Oremos así: Señor, espero confiado en ti. Dios nos acompaña mientras esperamos.
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