A lo largo de estos últimos años he escuchado a miles de personas preocupadas por «oír la voz de Dios», y estoy convencida que de una forma u otra muchos la percibimos. Lo importante aquí es obedecerle, seguir a su lado. Si es necesario, quedarnos junto a Él, crucificados, con tal de no perder esa comunión sin la cual ya no sabríamos cómo vivir, y ese amor sin el cual respirar es solo existir.
Escuchar a Dios es exponerse a la sabiduría. Oír su voz cuando se nos revela es hacernos como Él, oírle con atención cuando nos llama es seguirle, oírle con diligencia es servirle, oírle en obediencia es amarle, oírle con amor es entenderle, oírle por sobre toda voz es conocerle y oírle sin atenderle es ignorarle.
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