Es natural escuchar a un cristiano decir: Estoy pasando por un desierto, cuando esta atravesando una dificultad ... ¿Acaso es esto malo? Muchos pasamos gran parte de nuestras vidas en el camino del Señor, pensando que todo debe ser color de rosa; creyendo que si algo nos sale mal es porque estamos en pecado o nos falta fe, pero la realidad no es así.
La Palabra dice que nuestra fe ha de ser probada como el oro, ha de pasar por fuego; pasado esto se revelará que tan fuerte podemos llegar a ser (1 Pedro 1:7). La Biblia esta llena de incontables historias, de personajes que como tú y como yo atravesaron problemas y dolorosas situaciones.
¿Quiere esto decir que Dios no los amaba o que estaban en pecado? No necesariamente.
En el desierto Israel conoció el poder y protección de Dios hasta que fueron introducidos en la tierra prometida.
Qué es pues el desierto, sino un periodo en el cual comprendemos que todas aquellas situaciones que escapan de nuestras manos, tienen su solución bajo el cuidado de nuestro Dios. El desierto es ese lugar donde somos expuestos en toda nuestra debilidad; para así conocer cuan fortalecidos y abrigados podemos estar bajo la protección de nuestro padre. El desierto es ese lugar de intimidad donde toda nuestra dependencia recae en Dios y somos transformados tras una renovada fe.
En el desierto Dios habla a nuestro corazón y nos enseña que jamás estamos ni estaremos solos. En tiempos de abundancia y felicidad no olvidemos lo aprendido, no olvidemos el susurro de nuestro padre. Si miramos atrás que sea para recordar sus proezas y promesas.
No reniegue de sus desiertos, agradezca a Dios por cada uno de ellos.
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