Si examinamos atentamente los evangelios vemos como El Señor Jesús era constantemente juzgado y rechazado por el sistema religioso de ese tiempo, su propio pueblo no le conoció, se dijo de El que estaba poseído por Satanás, aunque hizo grandes sanidades y prodigios en medio de su pueblo, no le conocieron como a Dios, en una ocasión sanó a diez leprosos cuando iban por el camino y sólo uno de ellos volvió para darle gracias, sus amigos le abandonaron en su peor momento, Pedro le negó, Judas le traicionó con un beso, Tomás expresó que no creería que había resucitado sino hasta tocar y ver en sus manos la señal de los clavos. Atravesó las horas más oscuras de su vida cuando por causa de nuestro pecado Su Padre le abandono.
¿Qué a dónde quiero llegar con todo esto?
Al corazón, se ha puesto a pensar: ¿Qué hacemos cuando nuestro trabajo no es reconocido?
Cuando el jefe felicita a sus colegas, pero no reconoce su esfuerzo y tesón,
cuando es juzgado por quienes ama sin siquiera preguntar sus motivos.
Es fácil sentirnos decepcionados, dolidos, traicionados y enojados ante estas situaciones y enfrascarnos en nuestro dolor.
Sigamos el ejemplo del Señor Jesús: El siempre dejaba su causa en manos de Dios, quien siempre juzga con justicia.
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