Cuando escuchamos la verdad de Dios, somos responsables de cómo reaccionamos a sus instrucciones y reprensiones. Es fácil aceptar y practicar cosas que conseguimos sin esfuerzo o que son deleitosas, pero si el Señor nos reprende con una verdad que no nos gusta, podríamos tratar de justificar nuestra desobediencia.
Tal vez decidamos que cierto mandamiento no se aplica en realidad a nosotros, o que Dios entiende que hay buenas razones por las que no podemos acatarlo.
Todas las excusas desagradan al Señor. El rechazo voluntario a obedecer su Palabra tiene un efecto endurecedor en el corazón y, con el tiempo, puede hacernos menos receptivos a la punzante reprensión del Espíritu Santo. Esto puede parecer que haga la vida más agradable a corto plazo, ya que no nos sentimos tan culpables, pero los resultados finales son dolorosos.
La próxima vez que se sienta tentado a ignorar un mandamiento divino, recuerde lo que le costó al endurecido y desobediente corazón de Israel. En vez de confiar en Dios, se negaron a entrar en la tierra prometida. Como resultado, no se establecieron en su propia tierra, sino que deambularon por el desierto durante cuarenta años hasta que esa generación murió. Aprendamos de los errores de los israelitas y oremos por corazones que sean receptivos a la voz del Señor.
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