Vivimos en un mundo caído lleno de pecado y de toda clase de maldades, pero con frecuencia tratamos de verlo color de rosa, y esperamos que nuestra vida esté llena de comodidad, tranquilidad y placeres. Luego, cuando las tempestades llegan con perturbaciones, problemas, conflictos y angustias, empezamos a preguntarnos dónde está el Señor. Después de todo, somos creyentes en Jesucristo, y Dios es nuestro Padre celestial. Entonces, ¿por qué permite que esto nos suceda?
Los discípulos habrían preferido una navegación sin problemas a través del mar de Galilea. Pero en la tempestad, vieron al Señor de una manera nueva. Después de calmar las olas con sus palabras, preguntaron asombrados: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mt 8.27). A través de esa tempestad, reconocieron al Señor Jesús como el Dios Todopoderoso, que tiene poder incluso sobre las leyes físicas del universo. Su propósito no era ahogarlos, sino mostrarles su gloria.
Lo mismo sucede con nosotros. Las tempestades que nos golpean son oportunidades para ver al Señor con una nueva luz y de una manera magnificada. En nuestra extrema necesidad comenzamos a darnos cuenta de que tenemos una visión demasiado pequeña de Dios. Debemos tener cuidado de no reducirlo a un Padre cariñoso que se hace el desentendido por nuestros pecados, y al que solo le interesa vernos felices, saludables y ricos.
Tal vez usted esté atravesando una tempestad personal de algún tipo en este momento. Si es así, pídale al Señor que le abra los ojos para tener una mayor comprensión de Él. Aunque sus circunstancias no cambien, Jesucristo es el Señor de la paz y quien puede consolarle.
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